viernes, 9 de diciembre de 2011

Quebrazón

El daño más profundo no proviene del lugar del enamoramiento y el encanto, no proviene de la caída (de aquello que idealizamos) por un barranco de decepciones. Proviene de las confianzas amarradas como certezas, nudos cuya solidez tiene para uno el status de ladrillos. Se construyeron, sí -como todo en la vida, por lo demás- se construyeron dentro de los terrenos de seguridad más primitivos y fiables, a la luz de aquel espacio que nos permitió crecer desde lo más genuino y a destajo, ese espacio donde toda prueba constituía, con todo derecho, la praxis del crecimiento y la construcción de uno mismo, el camino lógico hacia ser, fluir, crearse, fluir. Todo error estaba permitido en función de esa empresa. Al fin último de la creación de uno mismo se debe supeditar una gran variedad de medios y herramientas. Soy una cabrona del “derecho a ser”, es verdad, y eso conlleva peligros, pero también grandes posibilidades, sobre todo posibilidades de felicidad y de bienestar. El cuestionamiento a ese derecho es la más clara fuente de inseguridades, la más sólida arma de destrucción en el seno de la aparente benevolencia del espacio familiar de crianza. Y dicho cuestionamiento es un vicio cotidiano, frecuente, debe ocurrir unos 4 millones de veces cada 10 segundos en todo el mundo. La tasa debe ser más alta entre los adolescentes, sin dudas, digamos, unos 2.6 millones de ese total de 4. El cuestionamiento paterno resulta comprensible la mayor parte de las veces. Soy cabrona pero comprensiva. El cuestionamiento “fraterno” es una wea que me cuesta mucho más entender; tampoco dudo de que exista material que permita comprensión, pero por alguna razón, su impacto es infinitas veces más brígido, infinitas veces más desequilibrante, y otra tal cantidad de veces más descorazonador. No hablemos de pena; esta wea es enorme y aterradora. Y “exageración” es un concepto cuyo uso, por cualquier insensible ignorante, condenaré enérgicamente.

0 Mm:

Publicar un comentario