martes, 27 de septiembre de 2011

Nº Dos ---- Infancia. Período. Cosa de meses.



Durante la noche eran los reptiles: lagartos, culebras y salamandras, que me perseguían desde el colegio hasta el espacio angosto de la cocina de mi casa.  Alguna vez fue un avestruz, que me perseguía desde su bolsita con placenta, de criatura aún no nacida. Después despertaba y se acababa la persecución, y el papel mural rosado y celeste me devolvía una quietud momentánea. Figuras de osos paseando a sus muñecas entre nubes tan redondas como irreales, aunque en realidad, de noche como era, sólo alcanzaba a evocarlas, jamás verlas, lo que quizás aumentara mi angustia. 



Recuerdo el momento posterior a mi caída voluntaria al fondo de la piscina que había en esa casa; nunca tuvo agua, por un absurdo temor paterno a que me lanzara sin permiso. Mi protesta infantil consistió en arrojarme dentro de todas maneras, inaugurando a mis 6 años una injusta desconfianza por parte de mis padres. Ese día el castigo consistió en hacerme amiga de los osos del papel mural, encerrada como estaba en un cálido febrero de mediados de los noventa en Santiago. 


Volviendo a las noches: afuera de mi ventana habitaba un rostro oscuro y gigante como de cantante de ópera. Debajo de la cama y dentro del clóset, otra oscuridad temible.  Al otro lado de la ventana de mis papás, un almendro más grande que la cara oscura, bonito y lleno de almendras que ya quiero que sea verano para que se caigan y las comamos con mis primas de Conce. El almendro ocupaba mis días como la cara de Pavarotti mis descansos entre pesadillas. Las almendras en caída libre describían trayectorias imposibles para mis ojos lentos de niña asustada, los fragmentos de luz que me enceguecían eran sólo la constatación de la cobardía de no haberme trepado el tronco. Pues si estaba ciega, era por estar echada mirando desde el suelo. Mi mamá adoptó, durante el largo año que allí habitamos, la despiadada costumbre de despojarme de mis almendras. Las regalaba a todo el mundo; tanta maravilla veía en mis pequeños proyectiles. Pues resulta evidente que eran más mías que de todos los demás; porque yo regaba más el árbol y a mí me daba sombra más días y más horas por día y más momentos por hora que a todos los demás. Nadie conoce las almendras si no ha tenido un almendro en casa antes de los 9 años. 

Iba a nacer mi hermano, pero él sólo tendría una madre y yo tenía un almendro. Además, hasta podría ser mi amigo, un desdentado incapaz de robármelas. 

4 comentarios:

  1. Me siento como en un cuarto con una proyectora, tus palabras activan mi memoria y se proyectan en mi mente. Recuerdo los muros de papel de mi pieza de niño, donde todas las mañanas mis dedos pintaban los números, letras y medios de transporte, aunque sus colores siempre estuvieron ahí, pero yo los volvía blanco y negro.
    ¿Por qué?, debido a que mis padres no les gustaba que estuviera tan temprano despierto y aunque lo estuviera debia estar en silencio, asi que sólo bastaba con girar en mi cama y pintar... quizás eso despertó mi gusto por dibujar.. mmm

    Saludos
    Kisho

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  2. Oiga Kisho, me haría ud el favor de identificarse? Lo conozco? Si no lo conozco, ud me conoce? Es mera curiosidad, pero de tipo hinchapelotas; y como a mí me molesta mi curiosidad, yo le pregunto a ud.

    Saludos ah, no crea que es una mala onda.

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  3. Si, te conozco. Y gracias a tu pagina no habria sacado esos buenos recuerdos de mi cabeza. Sabrás quien soy en su momento... eso es lo divertido de la vida, pero lo hare de una manera especial.

    Saludos Kisho.

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  4. Bueh, mientras no me salga con una performance psicópata como "manera especial" de presentación...

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