martes, 8 de febrero de 2011

Cuando sea mayor, pensaré en cuando era pequeño

"(...) Se daba por supuesto que la edad adulta estaba consagrada a la infancia. Los padres y sus cómplices estaban sobre la tierra para que sus retoños no tuvieran que preocuparse de cuestiones domésticas como la alimentación y el lecho, para que pudieran asumir a fondo su papel esencial, ser niños, es decir, ser. 

Esos niños que disertan sobre su futuro siempre me han intrigado. Cuando me hacían la famosa pregunta: "¿Qué harás cuando seas mayor?", invariable respondía que "haría". Premio Nobel de Medicina o mártir, o ambas a la vez. Y respondía muy deprisa, no para impresionar sino al contrario: aquella respuesta premasticada me servía para quitarme de encima lo antes posible aquella absurda cuestión. 

Más abstracta que absurda: en mi fuero interno, estaba convencida de que nunca sería adulta. El tiempo duraba demasiado para que pudiera ocurrir nada semejante. Tenía siete años: aquellos ochenta y cuatro meses me había parecido interminables. ¡Cuán larga era mi vida! La simple idea de que pudiera vivir el mismo número de años me producía vértigo. ¡Siete años más! No. Era demasiado. Sin duda me detendría a los diez o doce años, en el colmo de la saturación. De hecho, ya casi me sentía saturada: ¡me habían ocurrido tantas cosas!

Así pues, cuando me refería a mi Nobel de Medicina o a mi condición de mártir, no lo hacía por vanidad: se trataba de una respuesta abstracta a una pregunta abstracta. Y, además, no veía ningún elemento grandioso en aquellas profesiones. El único oficio que me inspiraba un auténtico respeto era el de soldado, y especialmente el de explorador*. ¿La cumbre de mi carrera? Ya la estaba viviendo. Después -si es que existía un después- sería necesario ir a menos y conformarse con el Nobel. Pero en mi fuero interno no creía en ese después. 

Aquel sentimiento de incredulidad iba acompañado de otro: cuando los adultos se referían a su infancia, no podía evitar pensar que mentían. No habían sido niños. Habían sido eternamente adultos. La decadencia no existía, ya que los niños seguían siendo niños, al igual que los adultos seguían siendo adultos.

Aquella convicción no formulada, la conservaba dentro de mí. Me daba perfecta cuenta de que no podría defenderla: todavía creía más en ella."


Amélie Nothomb - El Sabotaje Amoroso


*Soldado y explorador eran roles de un juego al que la protagonista del libro se entregaba durante los breves años infantiles en que vivió en Pekín, año 1972 aprox. Hija de diplomático belga, compartía juegos con niños procedentes de muy diversos lugares del mundo, prácticamente encerrados en un barrio reservado a esta clase política. Personalmente, tengo la impresión de que el libro es autobiográfico. La autora plasma en él una visión re lúcida de los efectos a largo plazo de la guerra en la vida de los pueblos....pero lo hace mirando retrospectivamente su infancia....demasiado entretenido y recomendable. 

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